domingo, 22 de febrero de 2009

recuerdo imaginario

"No hay nada que temer", me dijo mientras caminabamos por la playa. "Mañana todo volverá a ser igual. Me olvidarás y esto no será más que un sueño", lo escuché y no lo creía. Lo escuché de sus labios, de sus dientes y de su lengua que lo repetían una y otra vez mientras no nos besábamos. Sus ojos, mudos, les gritaban a las olas por mojar nuestros pies, les gritaban a la arena por cubrirlos y al día por ser el asesino de nuestra ilusión. Lo supe de inmediato, acababa de ver lo que siempre había querido. Lo tenía en mis manos, en mis brazos y en toda mi piel que estaba ahora cubierta por su piel. "No voy a ningún lado", le dije, "no daré un paso, en ninguna dirección. No importa si sube la marea, tomaré toda el agua del mar si es necesario." Y ahí me quedé. Para mí, fue un verdadero despertar, como poder ver, como poder respirar, como una caricia que no tiene que terminar. Para otros, nunca desperté.

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