domingo, 19 de julio de 2009

A mí hay que agarrarme corriendo

Sábado en la noche, de vuelta. Otro viaje más al interior... a la misma provincia. Los mismos familiares en las mismas condiciones, gracias a Dios, no sabría que hacer si cada vez que fuera los problemas fueran diferentes. Las cosas han cambiado, Papá está tomando un descanso luego de 99 años y 8 meses. Si yo viviera... no sé, no los 99, quizás 90, 80, 70, 9 años o los 8 meses, como sea estaría feliz y conforme. El caso es que él se fue y todos los demás quedamos.

Volví, dos horas conduciendo por las carreteras más divertidas del mundo. Obstáculos, desniveles, saltos, curvas, desvíos y trabajos no avisados, le agregan suficiente adrenalina como para hacerlo un deporte extremo digno de los X-Games o del World Rally Championship. Sobreviví esa prueba y, más sorprendente aún, sobreviví al juicio de mi madre que iba en el asiento del copiloto mientras yo conducía. "¡Cuidado con ese moreno viejo!", mi vista es más que 20/20 y en serio tenía que esforzarme para ver al pobre señor en la distancia, escondido en el horizonte a muchos metros de distancia.

Llegué y sobreviví al hambre, mi nevera, llena... como el Polo Sur. Mucho hielo y agua, pero sabía, yo sabía, que había carne (todo lo que necesito para vivir). Continué en el mismo estilo de feliz supervivencia e inicié el proceso de alistarme para salir a la calle (sábado en la noche). El proceso inicia con asegurarme de estar bien comido, continúa con hacerme un plan mental en la cabeza de acuerdo al dinero que tenga (poco) y luego es salir del messenger, dejar de hablar con los amigos y amigas. Sólo después de eso, elijo la música y entro a ducharme.

Me llama un amigo, mi pana, para que le lleve a una amiga, mi pana también. Hago las diligencias y lo logro, todos felices. No quiero conducir, pero me entero de buena fuente que a quien yo quería que me llevara se le ocurrió planear que yo lo llevara (maldita vaina), pero es mi mejor amigo, no hay nada que hacer. Lo paso a buscar, lo espero en lo que termina de maquillarse y salimos para el cumpleaños (otro cumpleaños) de mi amiga que a la vez es novia de mi amigo.

Luego llegan allá mi amiga y su amiga, que también es mi amiga, para el deleite visual de todos mis amigos. Cantamos y reímos, comimos, cantamos cumpleaños feliz, contamos la edad (1, 2 ,3, 23) y salimos para un bar que nos encanta, mi amigo y mi amiga con su amiga, que es mi amiga. Nos fuimos uno detrás del otro hasta un semáforo en el que ellas, por lentas, se quedaron. Era cosa del destino, me tocaba otra prueba más y yo, como siempre, estaba listo. Increíblemente me pasé la calle por la que se va a donde siempre voy. Seguí derecho y tomé otra. Una calle Oeste-Este transitada de día, solitaria de noche.

Avanzamos y avanzamos y reduje la velocidad al ver una escena común. Dos motocicletas, 4 policías, uniformados y en motocicletas policiales, con armas de reglamento, todo, motocicletas, uniformes, armas y entrenamientos, pagados con mis impuestos, con el de los hidrocarburos, con el selectivo, con el ITBIS (IVA). Lo presentí inmediatamente. Los ví apareados, en una calle solitaria y yo el único vehículo transitando por ahí en ese momento. Que suerte que era yo quien conducía.

Mis opciones: quedarme detrás (iban muy despacio y reduciendo, nos íbamos a encontrar), doblar en alguna intersección (no habían ninguna cerca) o rebasarles y esperar que me siguieran. Tomé la única opción real. Conduje, respentando casi todas las leyes, puse mi trago del lado del pasajero y lo tomó mi acompañante. Lo esperado no se hizo esperar. Los dos oficiales de la izquiera apagaron la luz de su motocicleta y se me aparearon. De inmediato me ordenaron que me detuviera. Yo, como sabía lo que estaba pasando, les manifesté amablemente que me detendría en la zona iluminada (luego de cruzar la calle más transitada de mi país a esa hora). Al escuchar con disgusto mi respuesta, el honorable oficial, empezó a halagar a mi madre, a hablar de los oficios de mi procreadora, a debatir sobre mi preferencia sexual, sobre lo que hago con mi boca y otros temas muy relacionados.

Al observar la hostilidad de su reacción y su insistencia a que me detuviera en un área tan solitaria y oscura, insistí, "nos vamos a parar en la luz allá alante", donde había muchas personas disfrutando sanamente de los frutos etílicos de la tierra. Él, amablemente insistió y persistió en los halagos. Luego ordenó: "¡Eplótale una goma coño a este hijo e´ la gran puta, eplótasela toa´!". Su compañero, se había adelantado a la sugerencia oportuna del oficial que conducía y ya había desenvainado su instrumento de trabajo.

Una negrita, morena brillante, que sostenía con su mano derecha a pocos centímetros de mi puerta y mi cara. "Ahora si es verdad que no me voy a parar...", pensé, y repetí por última vez: "es allá alante que me voy a parar" antes de acelerar e iniciar la carrera. Aceleré, llegué a la intersección y, cual película de Mel Gibson, me metí en rojo hacia la derecha sin frenar y sin aviso. "Que me choquen mejor, antes de que me agarren estos pendejos. Yo tengo seguro full y el que me choque se va a parar y me va a ayudar con estos palomos", dije para mí mismo, mientas escuchaba el chillido de un Camry 99 que frenaba con apenas suficiente espacio como para no impactarme.

Los policías, con su luz apagada (esos cabrones delicuentes), me siguieron en esa intersección y doblaron conmigo. "¿Párate coño?...¡¡¡tu mai´!!! A mí hay que agarrarme corriendo", y con ese grito de guerra volví a acelerar para tomar hacia el Sur. Por la calle, otro semáforo que no me ayuda. Entré por la estación de gasolina y salí ahora Este-Oeste, pinté ése semáforo de verde y aceleré mientras revisaba los retrovisores. "Ojalá los chocaran a esos malditos ladronazos". Una luz roja, luego la otra, luego la otra y de pronto en dirección hacia el Sur.

Inicia el proceso de calmarse. Ya no me siguen. Se rindieron los cabrones. Yo 3 (si, van tres), ellos 0. Empiezo a respirar profundo, calmarme. Reducir las pulsaciones, buscar una musiquita. La paranoia/adrenalina aún me hacen mirar más hacia detrás que hacia alante. Pero todo está bien. Todo está iluminado, hay mucha gente y, lo más importante, el trago está mi mano de nuevo. De vuelta al plan original, no puedo dejar que detalles arruinen mi sábado por la noche. ¿Qué sería de mí... sin mí?

Dar una vuelta por la ciudad, recorrer unas calles más que las estrictamentes necesarias, para asegurarme de que ya no me siguen. Estacionarme. Caminar hacia el bar donde originalmente iba. Entrar y buscar una cerveza bien fría. ¿Qué sería de mí... sin mí? ¿Párate coño? A mí... a mí hay que agarrarme corriendo.

PS: no está basado en una historia real... Es una historia real.