domingo, 14 de febrero de 2010

Tenemos que hablar

"Tenemos que hablar", me dijo. Yo realmente no tengo nada que hablar. No hay para què hablar con quien no escucha y èl nunca escucha, nunca cambia, nunca endereza. Pero no, nunca se arrepiente, nunca recuerda, nunca se calla. Todo es pequeño, al menos claro que el afectado sea èl. Èl siempre el bueno y yo siempre el malo.

Me recuerda bastante a la "Santa Iglesia Catòlica" en la que nacemos malos y debemos acudir a ella que es "pura" para salvarnos. Porque recuerden que esa sì es pura, ya que fue Dios quien la fundò y luego confeccionò los planos, subcontratò algunas empresas (por concurso, porque es lo justo) , diò el primer picazo y luego bajò de nuevo para la fiesta de inaguraciòn de la primera iglesia. Fue tremendo bonche, habìa mucho de todo lo que usted quisiera (¡o sea!, Dios era el anfitriòn), la prensa y los invitados quedaron encantados. La sorpresa de la noche fue cuando se anunciò que todos los presentes iban a ir al cielo.

Pero sì, nacemos pecadores ("malos") y debemos ir a la iglesia ("santa") para salvarnos. Es como lavarse las manos con lodo. Asì es con èl. Yo soy el malo por no... ¿por no què?, ¿què es lo que he hecho mal? Ah sì, no hacerle nada de caso, haberle perdido el cariño y el respeto. He hecho mal en saturarme. Se me llenò el tanque. No seguirlo por el laberinto que construye en cada momento. Siempre hay paredes nuevas y las paredes viejas te persiguen, nunca quedan atràs. Hasta lo màs simple es complicado y no ha pasado nada. Para èl no ha pasado nada. Para mì ha pasado todo lo que iba a pasar. Demasiados años en esto.

Estoy harto.
Te cuidas.

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