lunes, 17 de marzo de 2008

Breve relato citadino

La semana pasada, me encontraba yo conduciendo por las limpias calles de mi querida ciudad
(perdóname Señor, dos mentiras consecutivas en una sola frase) y, de repente, el adorno amarillo que cuelga cual muérdago en la intersección, cambió de opinión y ordenó a quienes iban delante de mí que se detuviesen, en nombre de la ley.



Yo seguí avanzando para llenar el vacío que restaba y al hacerlo me percaté de que un pequeño vehículo blanco, pretendía cambiar de carril y ocupar el espacio sobre el cual me entontraba. "Todos desearían estar en mi lugar", dije para mi mismo, mientras miraba en su dirección. Ella, no parecía estar muy contenta luego de ver frustadas sus intenciones y para hacermelo saber, disparaba palabras al cristal blindado de su puerta.



El tintado apenas me permitía ver la agradable silueta y una boca sublevada que, debajo de grandes lentes de sol, declamaba sus deseos para conmigo. "Son palabras de amor", pensé, "eso es que le gusté y no sabe como llamar mi atención". Mi sonrisa y mi actitud eran reflejo de estos pensamientos y ambos contribuyeron a encender la pasión en mi colega conductora.



Al acalorarse la situción, ella, en una acción precipitada, desenvainó su delicada mano y señaló hacia el cielo con su dedo más largo, dedo aquel que se mantuvo firme cual asta sin bandera mientras el pelo le ondeaba al ritmo de la expresión.



Bajé el cristal más cercano a ella y tiernamente le pregunté con tristeza: "mi amor, que te pasa?". Al ver mi sincera reacción, no pudo contenerse y empezó a reir. Colocó sus dedos sobre el volante y, después de la tormenta de insultos, llegó la calma de su sonrisa. Una mejora tan drástica, que deseé bajase su cristal, para darle la oportunidad a sus labios de disculparse.



Pero, para seguir actuando por respeto a la ley, tuve que desistir de mi ilusión y dar luz verde a mi soledad. No había otra opción, se los juro, me ví en la obligación de abandonarla y continuar. Dejarla ir, sin derecho a negociar. Dejarla ir y no mirar atrás. Lo único que pude hacer fue alejarme y confiarla, confiar su destino a las calles, calles limpias de mi querida ciudad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Viejo, eso ta aperisimo...te pasate... tu querida y limpia ciudad..de cual hablas...jajaja